1. Dimensiones para que el aula sea de verdad democrática
Cuando hablamos de las dimensiones de la pedagogía, se entienden las mismas dentro de la educación como un conjunto de procesos democráticos de socialización y formación integral y no como adornos conceptuales, sino como lentes que cada discente puede usar para ver el mundo de una manera especifica en su aula. Primero tenemos la dimensión ética que recuerda que toda práctica escolar moldea valores, es decir, cuando distribuyo la palabra con justicia, cuando reconozco el esfuerzo antes que la calificación, transmito la dignidad humana como centro de la experiencia educativa, después esta la estética, que a su vez, invita a vestir el aprendizaje de curiosidad y belleza; un aula que incorpora música, color y narración despierta la imaginación y abre la puerta a mundos posibles y evita el aburrimiento y estancamiento, luego se encuentra la dimensión política la cual exige visibilizar las relaciones de poder que se cuelan entre pupitres tales como el diálogo grupal puesto que esto significa la construcción de un conjunto de reglas de manera colectiva, los estudiantes aprenden que la democracia no es un discurso, sino un ejercicio cotidiano de corresponsabilidad. Finalmente, la dimensión epistemológica sitúa el conocimiento, recordándonos que todo saber se produce en contextos culturales concretos; elegir métodos y contenidos que dialoguen con la realidad del estudiantado evita repetir verdades ajenas y promueve un pensamiento crítico que cuestiona lo dado, por lo tanto se puede considerar que estas dimensiones otorgan coherencia: convierte al docente en artesano de experiencias que armonizan valores, creatividad, ciudadanía y rigor intelectual, iluminando caminos para transformar la escuela en un laboratorio de vida democrática. Así, cada clase se vuelve ensayo de la sociedad que anhelamos, donde aprender y convivir se entrelazan indisolublemente, y la pedagogía se vive, no solo se cita. Todos estos conceptos son de suma importancia, ya que,
1. La ilusión de la calidad: desmontando el falso consenso de “Educar para una Nueva Ciudadanía”
hoy en día hay un supuesto consenso que sustenta la política “Educar para una Nueva Ciudadanía” que descansa en la idea de que los estándares OCDE-PISA son el único camino hacia el progreso. Tal acuerdo no se debatió públicamente; se aceptó por presión de organismos financieros que condicionan prestigio y préstamos a la adopción de un currículo por competencias. El falso consenso consiste en hacer creer que, si las escuelas no reproducen esos indicadores, el país quedará fuera de la economía global. La reforma orienta la educación al mercado laboral: privilegia habilidades transferibles, resiliencia individual y destrezas digitales que aumenten la empleabilidad. En su lógica, el aula se transforma en fábrica de capital humano antes que en comunidad crítica. Al centrar la evaluación en resultados comparables internacionalmente, deja en los márgenes los saberes locales, la cultura indígena y la historia nacional; la ética, las artes y la participación ciudadana se vuelven “transversales” o de bajo peso, se puede decir que ese discurso tecnocrático choca con la realidad costarricense que vivimos hoy en día, ya que, muchas zonas carecen de banda ancha, los docentes no reciben capacitación continua y la desigualdad social limita el acceso a dispositivos. Pedir autonomía del estudiante sin condiciones de equidad refuerza brechas preexistentes; medir a escuelas urbanas y rurales con la misma vara legitima la exclusión. Así, la promesa transformadora se neutraliza: en vez de cuestionar estructuras injustas, la escuela entrena para sobrevivir en ellas. Una reforma genuinamente democrática exigiría participación comunitaria, inversión sostenida y un currículo humanista que priorice la justicia social sobre la competitividad.